El
presente texto ganó la Mención de Honor del II Premio Nacional de Crónica
Periodística "Pedro Rivero Mercado", organizado por la Fundación
Cultural Pedro y Rosa de El Deber. La autora, Fabiola Gutiérrez, es psicóloga
académica y periodista empírica. Linda combinación para una cronista que narra
en primera persona la experiencia de ser una persona gorda en un mundo que se
esmera por la esbeltez.
ANTES
Estatura: 1,53 metro
Peso: 99,200 kilos
Medidas: 114 - 93 - 132
Tú y yo
estamos frente a frente. Sí, tú, quien me lee. Acabas de conocer el veredicto
de la balanza y la cinta métrica sobre mi cuerpo. Por ahí suelen empezar las
presentaciones de las mujeres hoy en día. Aunque no te los hubiera dado, de
todas maneras habría sido lo primero que habrías visto en mí. Supongamos que
nos cruzamos y tuvieras que señalarme ante los demás. Entonces yo no sería la
morocha de lunar en la mejilla, pelo corto, lentes, o pirsin en las orejas. No.
Antes que todo sería “la gorda”, o “la gordita” si te da penita.
Te miro a los ojos y sonrío. Este es un tour y yo
seré tu guía en el mapamundi que tengo calcado en mi cuerpo. Elevo las manos al
techo y notas algo en la parte posterior de mis brazos. Llevo ríos como calados
y pintados con tinta blanca. Al tocarlos puedes sentir cuál es más caudaloso.
Bajo los brazos. Giro un poco mi pierna izquierda y debajo de mis rodillas
hacia atrás ves los ríos de nuevo. Como cauces que alimentan un mar abierto, te
encuentras con las ondas de mis piernas. Esta vez no me tocas. Me reincorporo.
Ríos en mis caderas, debajo del ombligo. Ríos al
sur monte adentro y ríos al norte senos adentro. Si llevo mi quijada hacia mi
cuello se profundiza mi gruesa papada. Me devuelvo. Te muestro mis dientes y
notas cómo la altura de mis mejillas pareciera esconder mis ojos y mis labios.
Sin embargo, te aseguro que no esconden mi alma y tampoco callará mi discurso
contra la gordofobia. Trago saliva, controlo mi respiración y me repito que
asumiré dignamente este recorrido programado.
La actividad número uno será que me acompañes a
buscar trabajo. Pero para eso primero debo vestirme. Reviso mis pantalones uno
a uno. Turco oscuro, turco claro, turco estampado, turco… ¿Qué son los turcos?
Son pantalones anchos que tienen el fundillo hasta las rodillas. Son
extremadamente cómodos. Pero no es el tipo del pantalón con el que se busca
trabajo, quizás en la India pero en Santa Cruz no. Sigamos. Turco, vestido,
falda larga, pantalón jean negro, voi-lá! Le doy vueltas y veo que los tiros
que sostienen el cinturón están arrancados. Seguramente fue porque ayudé a mis
glúteos en la lucha por entrar en ese pantalón. O quizás porque alguna raya
intrusa se quiso asomar al sentarme. Eso no pasaría con los turcos. El
defectito -del pantalón; no el mío, ¡cuidado!-, podría ser escondido por una
camisa larga. Pero los hilos de la entrepierna podrían romperse bajando gradas.
Descartado. Debo comprarme un pantalón.
¿Cómo es comprar un pantalón cuándo necesitas talla
50 de la retaguardia y 48 de la cintura? Pero antes, ¿cómo es comprar
pantalones cuando tu talla no existe en las tiendas? Lo primero es decidir que
enfrentarás dignamente pasillos vacíos de ropa para ti, pero llenos de ojos y bocas
dicharacheras de las venteras. No importa si es en una boutique, un mercado o
‘los cachis’ -lugares populares de venta de ropa usada. Una vez fui a una
boutique a preguntar por una blusa casual. “¿Para usted?” me dijo la ventera
con su voz nasal mientras arqueó las cejas, bajó el mentón y sus ojos subieron
y bajaron por mi cuerpo. Yo iba sola, pero era obvio, le preguntaba por una
blusa para mi amiga imaginaria. “Sí, para mí”, le dije sonriendo. “Solo tenemos
tallas únicas”, dijo. ¿Única? Para un solo cuerpo, una sola talla, una sola
forma, un solo cuerpo de mujer que es común únicamente en… ¡los maniquís!
Bueno, descarté las boutiques de mi lista de opciones.
En otra ocasión fui al mercado Los Pozos y entre
varias voces una me dijo: “venga por aquí mamita, tengo tallas especiales”.
Más de la mitad de las mujeres no somos talla 36-38, ni S, pero resulta
que la especial soy yo, ¿qué tal? Luego entré a una tienda donde no me
sentenciaron. Elegí un par, y ella puso la improvisada cortina de rigor para
que me los pruebe. El pantalón, como es de costumbre, me subió hasta la mitad
de las nalgas. Entonces ella, una tez canela que ha debido ser la mitad de
gorda que yo -no, no le alcanzaba para ser “alabada” como flaca-, se puso
detrás de mí y me dijo: “Párese fuerte”. Me asusté y le hice caso. Entonces
prendió el ventilador “para que no se le prenda el pantalón”, me dijo.
Luego me lo jaló con fuerza hacia arriba de un sólo tirón. No quiero pensar qué
habría pasado si yo hubiera nacido con testículos. “Cuando esté sola, se hecha
talco primero para que resbale”, me dijo. Ahí deduje dos cosas: las gordas
andamos solas y la clave es el talco. ¡Eureka! No se trata de que se necesite
estudios antropométricos para responder a los imposibles cuerpos de las
clientas; tampoco se trata de que haya una ley que garantice la
producción de tallas para todo tipo de ciudadanas. No, lejos del tiesto. Aquí
el asunto se soluciona con talco en las nalgas, la entrepierna y ¡porción extra
en la frustración, por favor!
Luego intenté en la Feria Barriolindo. Varios
pasillos, nada de ropa para mí -de nuevo-, hasta que vi algo raro: una maniquí
gorda. Mejor dicho, una maniquí con las medidas de una gorda. Este era el final
del arcoíris entre la luz de la tienda y mi llanto interno. No lo podía creer.
Me doy la vuelta y era real: había ropa grande. Pero eran faldas tubo de
colores enteros y que llegaban debajo de las rodillas. Iban combinadas con
sacos manga larga de seda y con hombreras. Esta era ropa que le habría
interesado a mi abuela. Así que las gordas nos existimos, y si acaso existimos,
ya recibimos Bonosol -bono para las personas mayores de 60 años. Me rendí.
Mientras caminaba para irme, alguien me dice: “pase, pruébese, tengo pantalones
hasta la talla 56”. Alivio. Al fin una.
Si bien en Bolivia tenemos la Ley contra el Racismo
y Toda Forma de Discriminación, ésta no nombra ni reglamenta algo específico
para las personas gordas. A diferencia de lo que sucede en Argentina, por
ejemplo, donde existe la Ley de Talles. Misma que exige que los comercios
tengan todas las tallas en stock como una medida para luchar contra el
estereotipo del “cuerpo perfecto”.
Buscar zapatos es otra historia. Calzo 37, mi
empeine entra en uno de talla 39, pero el 41 es el que menos aprieta mi planta.
Pero no trabajo como en la industria del entretenimiento como payaso, entonces
no son una opción. Recuerdo que en un reality show llevaron a una mujer
japonesa a una tienda que tenía zapatos para pies de plantas anchas. Quedé
anonadada. ¿Así que eso en realidad existe? ¡Hasta antes pensaba que mi pie era
deforme! Así que entendí que además de hacer ropa para Barbie, acá hacen
zapatos para Barbie y yo no supe en qué momento firme para vivir en
Barbie-landia. La Ley de Talles podría también alcanzar a las proporciones de
zapatos ya que la mayoría de nuestros pies no son barbilandeses ni europeos, si
acaso.
Pero la tragicomedia no solo la pasamos las gordas.
Una vez fui a comprar ropa con una amiga flaca. Pensé que iríamos a la primera
tienda y que no necesitaría ni probarse el pantalón porque seguro cualquier 36
le tallaría perfecto. Pero increíblemente -para mí al menos- no fue así. Uno le
deformaba las nalgas, otro le sacaba rollos, otro le aplanaba las piernas, en
fin. De hecho, Marie Southard Ospina, activista de talla grande que hace
experimentos sociales de moda y belleza, decidió probarse 10 marcas de
pantalones talla 16 en Estado Unidos. Ninguno le quedó como el otro y su
conclusión fue: “Nuestra obsesión con ser de la talla correcta no tienen ningún
sentido. Tratar de definir una talla es equivalente a tratar de definir un
color. Hay cosas que requieren un mayor y mejor uso de nuestra energía
mental”.Mientras que Fatema Mernissi, una feminista árabe, fue más radical.
Ella y su velo se fueron por las calles de Estados Unidos a buscar ropa y no
entendió a qué se referían cuando le preguntaron por su talla.Entonces dijo
que: “A diferencia del hombre musulmán que considera a la mujer según el uso
que haga del velo, en Occidente son sus caderas orondas las que la señalan y
marginan. El poder del hombre occidental reside en dictar cómo debe vestirse
la mujer y qué aspecto debe tener”. Muchas otras feministas habrían
asentido ya que reconocen la dieta y la belleza como formas de oprimir y
adormecer a la mujer.
¿Te das cuenta? No se trata de hacer dieta o ir a
una fábrica de zapatos para hacerse hacer un par a la medida de una (que lo
hice). Tampoco se trata de ir a la costurera que sepa dónde poner las costuras
de acuerdo a cada cuerpo (que también lo hice). Se trata más bien de un sistema
que nos inocula por todas partes un único modelo de belleza. La consecuencia es
que uno se avergüenza de que le sobre piernas, le falte cuello, le sobre
abdomen, le falte senos. Es decir, uno se avergüenza de no tener el peso ideal,
el cuerpo modelo.
Un ideal que por cierto es arbitrario y subjetivo.
Los últimos veinte años la talla de las modelos redujo de 42-46 a 36-38, según
el estudio realizado por la fotógrafa Katya Zharkova. Que también es posible
apreciarlo en varios videos colgados en YouTube que muestran como el
modelo de belleza único ha ido cambiando con el tiempo. Otro video que muestra
crudamente como a través de la historia han aumentado la cantidad de
intervenciones para alcanzar el ideal: se requiere de liposucciones, extracción
de costillas, implantes, botox y otros para ser flaca, joven y blanca por
siempre. Este ideal es imposible. Varios estudios indican que si la Barbie
fuera real, tendría que andar a gatas, porque su abdomen no podría sostenerse y
no habría espacio en su cintura para que entren todas sus vísceras. Esto ha
impulsado a Nicollay Lamm a hacer Lammily: un prototipo de una Barbie con el
cuerpo real de la mujer promedio. Hace unos años se estableció la ley para que
las modelos no sean anoréxicas, aunque las medidas que les piden rayan hasta
ahora en la anorexia, según Katya Zharkova.
Recuerdo cuando era preadolescente y recibía mis
ideales de mujer desde la televisión y las publicaciones escritas de farándula.
Veía que las modelos posaban con las manos en la cintura, y sus dedos casi se
acariciaban cerca de su ombligo. Me fui frente al espejo, puse mis manos en mi
cintura, pero para que mis dedos se acaricien, tenían que cruzar un mar rojo
dividido por Moisés mientras los israelitas lo cruzaban. Luego llegó internet a
mi vida y con él el feminismo. Dejé de enterrarme la cabeza mirando el Miss
Bolivia en la televisión y siguiendo a las Magníficas en los periódicos y
revistas. Empecé más bien a expandir mis horizontes y cultivarme al leer
espacios feministas y sus discusiones sobre acoso callejero, maternidad,
aborto, domesticación, una belleza versus las bellezas, entre otros. Pasó
mucho tiempo hasta que me topé en Facebook con “Stop Gordofobia”, una FanPage
latinoamericana. Ahí me sentí en el edén.
Si bien la gordofobia es un concepto en
construcción, a grandes rasgos “alude al miedo o desagrado exagerado a la
gordura propia o la de otros”, dice Wikipedia. Navegando sin rumbo encontré un
video donde muestran una pizza que empieza a ser ‘photoshopeada’ hasta ser
convertida en una mujer ideal. Es decir, los medios y la publicidad nos venden
un modelo inalcanzable que no existe fuera de los programas de edición de
imágenes. Desde entonces, cada que veo alguna publicidad con modelos, deseo
pizza. Otra intervención notable fue la de ¿cómo se verían las princesas de
Disney si tuvieran cinturas reales? La Sirenita ya no necesitaba prescindir de
sus órganos, y Bella ya no necesitaba un corsé que la ahogue, entre
otras. Junto a “Stop Gordofobia” hay otras iniciativas cuya bandera es: “todos
los cuerpos, todas las bellezas”.
Bueno, me pondré el pantalón de tela y una camisa.
Pero antes, te propongo que almorcemos. Te advierto que hoy vienen algunos tíos
y tías a comer, y su tema favorito es qué comer, qué no comer, qué alimentos
engordan, el último jugo mágico o la última dieta comprobada en una importante
universidad de Estados Unidos. Sucede que cuando se es gorda, la gente te da
consejos sin que uno se los pida. Creen que leen la mente pero en realidad la
leen mal. “Cualquiera se siente con derecho a invadir tu vida personal y te
dicen que tienes que hacer dieta o te juzga por los estereotipos como
sexualizada, perezosa o descuidada”, dice Haywood de adiosbarbie.com
Además, resulta que se preocupan por la salud de
uno nada y más y nada menos que ellos: los sanos y perfectos. Eso es muy
recurrente, dan opiniones de uno sin que les sea solicitado, y esa agresividad
la esconden bajo el disfraz de “me preocupo por tu salud, tu bienestar”. En el
mundo mueren al año un millón y medio de niños por diarrea y otro millón y
medio por falta de agua. O incluso ellos mismos tienen gastritis, algún dolor
muscular, alguna vértebra apretada, alguna muela “chía” y seguro necesitan ir a
terapia para no dejarse manipular por la matrix. Pero resulta que están
preocupados por nosotros los gordos. Ellos, ustedes, aparentemente tan
abnegados, están -como dice un graffiti- “incómodos con la belleza que no es
para consumo”, que no consume ni adormece. A propósito de la millonaria
industria primaria, secundaria y terciaria que mueve millones a costa de
quitarnos la libertad de elegir qué cuerpo queremos tener.
En un almuerzo familiar, un tío me dijo una vez:
“Te deberías ir a Jordania. Vi en la televisión que allá a los hombres les
gustan las mujeres gorditas”. No, no era un chiste, lo dijo en serio. Así que
de nuevo resulta que las mujeres gordas estamos solas, no tenemos
pretendientes, no tenemos vida sexual y estamos desesperadas por un hombre -no
por una mujer porque gorda y lesbiana sería “el colmo”. “¿Cómo es, tenés
cortejo o no tenés?” era la pregunta infaltable de mi abuelo. Hasta que un día
le confesé: “Cortejo no. Como a la carta y me gusta internacional, papá”. Nunca
más me preguntó y ahora recuerda la anécdota entre risas.
Sorprende que una gorda se defienda, ¿no? Nuestra
cultura no solo promueve una feminidad flaca y con cara de niña, sino además
una feminidad sumisa y que solo puede ser musa, no creadora. Mucho más si se es
gorda: hay que sonreír, callar, mirar para abajo. Básicamente andar con
vergüenza todo el tiempo: sintiéndose horrible e inútil.
Mejor busquemos algo de comer al paso. Una vez como
ésta, iba caminando a casa. Un taxi se detuvo y el conductor me miró de frente
y me gritó: GOOOOOOORDAAAA. Casi le dije: “HOMBREEEE, ALTOOOOO, MOREEEEENO,
CANOSOOOOO”, pero no estábamos jugando a describirnos. Él estaba tratando de
insultarme. Gorda es la palabra que describe mi cuerpo. No debería darte pena
usarla, porque seguro no te daría si me tuvieras que decir flaca. Aunque en
realidad ambas son igual de ofensivas: son descripciones de mi cuerpo que no te
he preguntado. Por ende, por respeto, no tienes derecho a decirme ninguna de
ellas, por real o falsas que fueran.
Si el taxista me hubiera dicho “INDIAAAAAAAAAAAAA”,
quizás si habría alcanzada para que lo demande con la Ley 045. Esta ley, aunque
no nombra nada sobre gordos, gordas o tallas, en su artículo 5 nombra
“apariencia física” como una de las causas de discriminación junto a sexo,
origen, religión, discapacidad, entre otras. En su artículo 6 nombra
“contrarrestar el sexismo, prejuicios, estereotipos y toda práctica de racismo
y/o discriminación”. Este artículo está en sintonía con la violencia
mediática, una de las 16 formas de violencia. Es concebida como la “publicación
publicación y difusión de mensajes e imágenes estereotipadas que promuevan la
sumisión de las mujeres o hagan uso sexista de su imagen como parte de la
violencia mediática, simbólica y/o encubierta” establecida en la Ley Integral
para Garantizar a las Mujeres una Vida Libre de Violencia (348).
Llamativamente, los delitos racistas reciben tres a
siete años, mientras que los delitos de discriminación reciben no a cinco años.
Que te llamen india entonces es más grave en comparación de que te digan gorda
con saña.
De todas maneras, el Parágrafo III del Artículo 14
de la Carga Magna dispone que “el Estado garantiza a todas las personas y
colectividades, sin discriminación alguna, el libre y eficaz ejercicio de los
derechos establecidos en esta Constitución, las leyes y los tratados
internacionales de derechos humanos. Entonces ¿qué hay de mi derecho a ser
gorda?
El artículo 20 del Reglamento de La ley 045 aclara
que no constituye racismo ni discriminación: “la exigencia de requisitos
relativos a la integridad física y la salud corporal en las escuelas de
formación de ciertas profesiones, artes, deportes u oficios que por su
naturaleza los demanden”. Aunque los policías son gordos, y nadie va por la
calle gritándoles que son gordos. Quizás se salvan porque son hombres.
En los anexos del reglamento de la Ley 045 se habla
de los jóvenes y la migración, pero no de los jóvenes y los estereotipos.
Y dicen “talla” solo como parte de la palabra detalladlo.
Llegué a mi entrevista de trabajo. En el anuncio
decía que había que tener buena presencia. Supongo que no se refieren a que sea
gorda, después de todo mis kilos no me restan eficiencia, ¿no?
DESPUÉS
Estatura: 1,53 centímetros
Peso : 99,200 kilogramos
Medidas: 114 - 93 - 132
CUERPO LIBRE